La conjura de los necios

Hace unos días terminé de leer “ la conjura de los necios “. Uno de mis regalos de Reyes. No había escuchado nunca el título, ni tampoco el nombre del autor, Kennedy Toole. Y he de confesar que el nombre del libro, la portada y la editorial ( Anagrama ) ejercían una fuerza de rechazo contra él que durante días me hicieron retrasar el inicio de su lectura.

Pero fue una noche de desvelo habitual cuando me decidí a leer el prólogo… y ya no pude dejar de leerlo hasta cruzar el punto final de la historia.

Estoy convencida de que en parte, la magia del libro se debe al prólogo, en donde se cuenta la historia de cómo el libro llegó a las manos del editor que mas tarde le dio salida en el mercado. Kennedy Toole, escritor de La conjura de los necios, se suicidó sin llegar a ver publicada la novela. Esta publicación fue posible a su insistente madre, la cual insistía a los editores que era una gran novela; que merecía la pena. Finalmente, alguien le dio la oportunidad. Se publicó. Y al año siguiente de su primera edición, ganó el premio Pulitzer. Paradojas.

La novela es una continuidad incesante de acontecimientos. No hay tiempo para descripciones poco-útiles. De hecho en el primer párrafo del primer capítulo aterrizas de lleno en el protagonista: Ignatius J.Reilly y en su peculiar aspecto físico.

Todo gira en torno a el, como un eje principal. Y a raíz de sus peripecias y extravagantes opiniones surgen otros personajes que de una manera paralela caminan por las 389 páginas del libro. A veces se cruzan entre ellos, otras se persiguen a escasos pasos pero siempre y por distintos motivos tienen en mente a Ignatius J. Reilly.

En base a los disparatados puntos de vista y formas de actuar del protagonista y demás variopintos personajes ( algo mas reconocibles en la realidad ) se crea un retrato social de la época, incluso podría decirse que se caricaturiza la sociedad. Todos y cada uno de los personajes giran en torno a las costumbres de las clases pobres, la discriminación racial, el capitalismo, la prostitución, el qué dirán los vecinos, y un escape aférrimo a los comunistas. Todo ello explicado y contado de una manera mordaz aunque al mismo tiempo tierna, intentando dejar al lector una sensación de suavidad y dulcura.

Asimismo, está el Barrio Francés, en donde se desarrolla parte de la historia. Se describe como un barrio bonito, social y con pinceladas bohemias en donde todo ello no quita que existan locales en la sombra como el Noche de Alegría. Un prostíbulo que vive en las sombras del barrio, sirviendo alcohol aguado ( garrafón? ) a solitarios y fracasados. Y al tiempo en que conviven ambas expresiones, se le suma un factor cómico: la actuación policial que reina en el barrio; policías disfrazados de mujer, labradores, campesinos… locos por conseguir multas y detener a cualquier persona.

Es un libro gracioso, diferente. Pues al mismo tiempo que te obliga a mostrar una sonrisa al terminar, se mezcla un halo de tristeza y de amargura por el retrato tácito que la novela retrata de la sociedad. Por todo ello, me agradó su lectura y que, por los motivos en que comencé esta reseña, hizo que me sorprendiera y me alegrara aun más haberme animado a leerlo.